Notas

Universidades argentinas

En 1613 nació lo que sería la primer universidad del territorio que más tarde conoceríamos como Argentina. En ese año, durante el colonialismo español, el Colegio Máximo, una institución fundada poco atrás por la Compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas, comenzó a dictar cursos superiores.

Allí, al día de hoy aún hay una estatua de Fernando de Trejo y Sanabria. Pero ¿quién fue este tipo con dos apellidos? 


Trejo y Sanabria fue un religioso franciscano, quien, para aquel 1613, era el segundo obispo de Córdoba. Doce años atrás, Trejo le había escrito al Rey de España, Felipe III, pidiéndole la creación de un seminario anexo a la catedral, cosa que el rey de la casa de Habsburgo aceptó en 1603. En esos diez años que pasaron hasta que el deseo de Trejo y Sanabria se concrete, éste donó gran parte de su sueldo y de sus bienes para la construcción de la “manzana jesuítica”, donde hoy se erige parte de la Universidad Nacional de Córdoba.

A pesar de ser señalada en general como una “era oscura”, la Edad Media fue el período donde nacieron las Universidades, por lo que la tradición universitaria, aún en el Siglo XVII era de carácter medieval: los profesores eran miembros de la iglesia y las enseñanzas giraban sobre todo alrededor de la Filosofía y la Teología.

En 1767, en el marco de los grandes cambios que estaba llevando adelante la nueva casa gobernante en España, los borbones – los mismos que siguen hoy al frente de la corona española-, los jesuitas fueron expulsados de América, y con ello, abandonaron también las universidades. Bueno, en el caso de nuestro territorio la de Córdoba, que era aún la única existente.


El lugar que los jesuitas dejaron vacantes fue ocupado por los franciscanos, que sumaron una nueva disciplina que sigue siendo central al día de hoy: el derecho. El modelo medieval entraba en decadencia y nuevos estudios irían surgiendo en las siguientes décadas.

En 1810 llegó la Revolución de Mayo, y si bien en un comienzo Córdoba se negaba a reconocer a las nuevas autoridades, terminaron formando parte de las nuevas Provincias Unidas del Sur, hoy más conocidas como Argentina.

En la novel nación, en 1821 nació quizás la universidad más conocida del país en la actualidad: la Universidad de Buenos Aires, o la UBA para los amigos.

Pero no sería hasta 1880 que la UBA pase a ser una Universidad de carácter nacional. De hecho, al día de hoy nos preguntamos por qué es la única que tiene el tupé de no decir “Nacional” en su nombre como el resto…

Pocos años después nacieron dos universidades más, pero de carácter provincial para ese entonces: la de Santa Fe, en 1889 y la de la ciudad que había sido fundada en 1882 como nueva capital de la provincia bonaerense, la Universidad de La Plata. La platense se nacionalizó en 1905 y la santafesina en 1919, pasando a llamarse Universidad Nacional del Litoral. Ese mismo año se nacionalizó Universidad de Tucumán , creada poco antes.

Pero un hecho cambiaría la historia de la universidad pública para siempre. En 1918, al calor del primer gobierno democrático de la historia argentina (bueno, democrático sin contar el pequeño gran detalle de que aún no votaban las mujeres), un grupo de jóvenes llevó adelante, en Córdoba la famosa Reforma Universitaria. 


De la mano de este hito, los alumnos accedieron a la conformación del co-gobierno universitario, así como una profunda reforma en los planes de estudios, los concursos docentes y los medios de acceso.


Todas las universidades nacionales, e incluso muchas de América Latina, adhirieron.

Como se imaginarán, el impulso reformista sufrió un duro revés tras el golpe de estado de 1930, cuando Félix Uribiuru derrocó a Hipolito Yrigoyen, instalando la primera dictadura formal de nuestra historia. 

Pero hasta ese entonces, si bien la reforma le había dado más poder y participación a los estudiantes, aún seguía siendo algo exclusivo para sectores más o menos acomodados. Recién durante el gobierno peronista  los trabajadores pudieron acceder a las aulas universitarias. 


En 1948 se creó la primera universidad técnica, luego conocida como Universidad Obrera Nacional. Su objetivo era formar a la creciente clase trabajadora y así favorecer la pujante movilidad social que vivía nuestro país en las décadas del 40 y 50. La UON; por sus siglas, tenía un enfoque novedoso, ya que fue la primera en contemplar que sus estudiantes puedan trabajar mientras realizaban sus estudios, es por ello que se cursaba por las tarde, de 19 a 23.


En 1959, tras el derrocamiento de Perón y durante el gobierno de Frondizi su nombre cambió a Universidad Tecnológica Nacional, o UTN, nombre por el cual la conocemos al día de hoy.

Un año más tarde de la creación de la UON, en 1949 se dictó uno de los mayores hitos y orgullos de la universidad argentina: mediante el decreto presidencial 29337 firmado el 22 de noviembre por Juan Domingo Perón, se decretó la gratuidad universitaria en todo el país.


El Estado se comprometía a garantizar los recursos necesarios para que esto se concrete.
¿El resultado? La matrícula pasó en 1949 de 66.212 estudiantes a 135.891 para 1954. es decir, más que el doble.

Pero no todo fueron buenas. Si bien las universidades siguieron creciendo e incluso se crearon varias nuevas aún luego de la caída del peronismo, la dictadura de Onganía, instalada en 1966 iba a asestar uno de los mayores golpes de su historia: la famosa “Noche de los bastones largos”. Aquella fatídica jornada del 29 de julio de 1966, la Policía Federal entró literalmente a palos para expulsar a docentes y alumnos que resistían la violenta intervención que el gobierno había dictaminado sobre todas las universidades y que dejaría fuera a miles de grandes profesionales.

Si bien una breve primavera se abrió tras la vuelta de la democracia y el regreso del peronismo al poder en el año 73, poco duró ya que el gobierno de Isabel volvería a realizar una tajante intervención en las universidades en 1975.


claro que la hora más negra llegó con la última dictadura militar, donde miles de estudiantes, profesores, investigadores y egresados de todas las universidades del país sufireron la detención, tortura y desaparición. Como se imaginarán, los contenidos fueron fuertemente restringidos y se dio una nueva ola de exilio.

Una vez reinstalada la democracia, tras un breve resurgir en la década del 80, los años 90 trajeron profundos cambios. El Estado se corrió de muchas de sus funciones acorde al neoliberalismo impulsado desde los gobiernos de Menem y De la Rúa, dañando en muchos casos tambien la calidad universitaria. de todos modos también fue una década donde nacieron nuevas universidades, como la de La Matanza o Quilmes, por nombrar solo un par. 

Durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, tras ser reemplazada la Ley Federal de Menem, por la Ley Nacional del 2006 el presupuesto educativo se vio incrementado.
En el plano estrictamente universitario, se profundizó un proceso iniciado más lentamente en la década de los 90: la creación de las universidades del Conurbano.

Es así como entre 2009 y 2015 nacieron 8 nuevas universidades nacionales en el conurbano bonaerense, las cuales se sumaban a las 6 ya creadas desde 1972.

Hoy nuestro país cuenta con casi 70 universidades nacionales, con unas 5 nuevas aprobadas en 2023 en suspenso, lo que representa 2 millones 300 mil 600 estudiantes aproximadamente

Y si bien, como relatamos, las universidades argentinas, con sus idas y vueltas, sus avances y retrocesos, en un plano general, no han abandonado su centralidad. Pero desde la nueva gestión de Javier Milei, quien ha dicho públicamente que el único rol del Estado es “cuidar la macro economía para garantizar el superávit fiscal”, las universidades públicas están sufriendo el ajuste más terrible de su historia. El tema ya no es si crecen o cómo son las universidades, hoy la discusión es si van a seguir existiendo o no.

Para que se entienda la magnitud de la crisis. Recién asumido el gobierno, en diciembre del 2023, decidió voluntariamente no presentar una ley de presupuesto para el año entrante.
No tener un presupuesto votado te obliga a repetir los montos del año anterior ajustados a la inflación que este mismo previa la cual era de un 60%, pero en un contexto de una inflación interanual superior al 300%. Con lo cual, las readecuaciones presupuestarias quedan a disposición de lo que el Ejecutivo decida. 

El gobierno decidió, en ese marco, repetir el presupuesto nominal del 2023 para el sector universitario, sin siquiera repetir las partidas extra que ese año se otorgaron. Es decir el mismo monto pero con un ⅓ de su valor.aproximadamente.
Luego de la histórica movilización del 23 de abril, una de las más grandes de la historia argentina, algunos fondos fueron aumentados, pero solo para funcionamiento, sin tener en consideración los salarios docentes, planchados desde marzo, ni los recursos requeridos para la investigación. Porque sí, las mayores investigaciones del país se dan en las universidades públicas.

Ni hablar de la estigmatización que el sector universitario sufre. El presidente ha señalado a los becarios como parte de “la casta”, la vicepresidenta a los docentes como “adoctrinadores marxistas” e incluso los propios funcionarios puestos por el gobierno para las universidades, como el “Galleguito Fernandez” dicen que “hay que hacer mierda a las universidades”.

Por eso, no solo nos importa la universidad como una fuente de trabajo, como un espacio burocrático para llenar una libreta y conseguir un título.
La universidad es un espacio de transformación social desde cualquier arista que se le mire. A la universidad va la gente que sabe lo que quiere ser cuando sea grande, la que creyó que sabía y cambió de rumbo, la que ahora que es grande tiene la posibilidad de ser lo que siempre quiso y no pudo.

La convergencia de realidades, la intergeneracionalidad, la convierten en un espacio ideal para que pasen cosas. Como la sopa primordial en la que se combinaron cosas y de golpe: la vida. En las universidades transcurre la vida de miles de personas, que se vinculan con personas. La universidad no es sólo donde aprendiste tu profesión, es el lugar donde cumpliste un sueño.

No importa dónde esté ubicada, la universidad será siempre la segunda institución más democrática de cualquier localidad, apenas por debajo de las Municipalidades. Porque el cogobierno así lo determina, porque no importa el rol que cumplas en la vida institucional de la universidad, siempre vas a poder decir lo que pensás, te vas a poder expresar, vas a poder organizarte para defender tus derechos y para hacer tu aporte para construir una universidad mejor. En la universidad se reproduce pero también se produce sociedad, comunidad. 

La universidad se vincula con el medio, genera conocimiento, produce, articula con el Estado y con los privados, traza redes, genera lazos. Siembra. Destruir las universidades, vaciarlas, es romper el entramado social. Las políticas de recorte y desfinanciamiento de este gobierno parecen tener como objetivo convertir todo en tierra arrasada, no sólo por el desprecio total hacia la educación, el conocimiento, la ciencia, sino también a la construcción de comunidades, a los lazos, a la vida democrática y social.

Nos quieren asfixiados por el día a día, rebalsados de noticias y pequeños escándalos, aislados, individualizados, desconectados, reducidos a la “calle virtual”. 

Pero las y los convencidos somos un montón. Y quizás mucha gente pensó (pensamos) que podíamos tener tiempos donde había que defender algunas cosas, pero que nunca nos iba a tocar defender cosas tan elementales, debates que estaban medianamente saldados. Sin embargo el contexto cuasi distópico en el que estamos nos demanda. Se están metiendo con algo que es de todos, aunque no todos estén pudiendo acceder, y por eso mismo necesitamos que todos la defiendan para que accedan más. Nunca quemar Roma puede ser la opción. 

La única forma de mejorar es haciendo, construyendo. No por lo que quieran los que vienen de las universidades, sino por lo que necesita la sociedad, por los que tienen que poder un día decir que pasaron por la universidad, que crecieron, que conocieron sus personas favoritas, donde se rieron, donde lloraron, donde escucharon cosas diferentes y quizás pudieron debatir con otros, donde capaz se enamoraron, formaron familia. Como nos pasa a los que fuimos y somos parte. 

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