Notas | Un rubio de ojos azules

Un rubio de ojos azules

En el año 1977, cuando hace poco había nacido la agrupación Madres de Plaza de Mayo, un jóven de cabello rubio y ojos azulados llamado Gustavo Niño se acercó a apoyar la causa de quienes buscaban a sus seres queridos desaparecidos ya que él también poseía un familiar n esa condición. Algunas de las madres le tomaron mucho cariño y lo apodaron como “el rubito”. Cuando el 10 de diciembre de ese mismo año las Madres firmaron una solicitada por los desaparecidos en el diario La Nación, Gustavo Niño fue una de las personas que apoyaban la solicitada.

Dos días antes de la publicación de la solicitada, un grupo de tareas secuestró a doce militantes de Madres y de monjas que colaboraban, quienes todos se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz de la Ciudad de Buenos. Entre ellos estaban tres madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, junto a dos monjas francesas: Alice Domon y Leonie Duquet y otros siete activistas. Todos fueron torturados y desaparecidos.
Por mucho tiempo, se creyó que Gustavo niño también lo estaba ya que estaba presente en el operativo de secuestro que ingresó a la iglesia, y porque jamás, nadie, volvió a saber de él.

Unos meses antes, una jóven de orígen sueco, Dagmar Hagelin, fue confundida por un capitán de la Escuela de Mecánica de la Armada con una militante montonera que tenía varios rasgos parecidos a ella y que había ido a visitar a su amiga Norma -que ya estaba desaparecida- a su casa. Este jóven oficial, rubio y de ojos azules no dudó: era la militante que estaban buscando. Es así que tras una pequeña percusión, la atraparon y fue llevada al centro clandestino de detención ubicado en la ESMA. Allí, Norma Burgos, la amiga de Dagmar a la que había ido a visitar, y que estaba detenida allí, tras salir como sobreviviente pudo contar que la había visto con vida hasta que un día, no la vió más. El caso fue tan mediático a nivel mundial que hasta el ex presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, y el papa Juan Pablo II pidieron por su vida. Hoy, la sueca Dagmar continúa desaparecida.

Durante el año 1978. el Comité Argentino de Información y Solidaridad, un grupo de exiliados de la dictadura radicado en París y que se encargaba de denunciar el genocidio que estaba ocurrindo en la Argentina, recibió la visita de un jóven de pelo rubio y ojos azules llamado Alberto Escudero. Allí, participó de las acciones que buscaban boicotear la copa mundial de fútbol a realizarse en nuestro país ese mismo año y en diversas actividades del comité. En algún momento, los exiliados argentinos notaron ciertas conductas raras en Alberto y quisieron advertir a las autoridades francesas, pero ya era muy tarde, Alberto Escudero había dejado de existir.

Pero en 1980 algo iba a unir estas historias hasta ahora difusas. Pues, el gobierno Sueco, venía insistiendo en que se esclarezca el caso de Dagmar Hagelin, a lo que la dictadura argentina no respondía. Pero gracias al testimonio de Norma Burgos, las autoridades suecas pudieron dar con el captor y publicaron su foto con la leyenda: “ESTE ES EL SECUESTRADOR”.
La imágen del secuestrador coincidía con la de dos personas de las cuáles ya no se sabía nada: Gustavo Niño y Alberto Escudero. Alfredo Astiz, capitán de la Marina y sus infiltraciones habían sido descubiertas. 

Pero la dictadura argentina no se molestó ni en ocultarlo, y dos años más tarde lo tuvo al mando de un grupo en la Guerra de Malvinas. Allí fue capturado por los británicos. Ante esto, las autoridades francesas y suecas pidieron su extradición para ser juzgado por las desapariciones de las monjas  Alice Domon y Leonie Duquet y de la sueca Dagmar Hagelin. La respuesta del gobierno de Thatcher fue devolverlo a la Argentina una vez finalizada la guerra, por lo que continuó en libertad. 

Tras la vuelta de la democracia, Astiz no pudo ser juzgado. La causa por la desaparición de la jóven sueca se la consideró prescripta, y tras 1986 fue beneficiado por las leyes de obediencia debida y punto final. El rubio de ojos azules gozaba de la impunidad.

En 1990, ante la falta de colaboración de los gobiernos argentinos, Francia lo juzgó en ausencia condenandolo a prisión perpetua. Desde ese momento, si salía del país sería detenido. Pero increíblemente, en nuestro país, estaba bastante tranquilo.

Tan tranquilo que con el correr de los años se hizo pública gran parte de su historia.
En 1995, el contraalmirante Miguel Ángel Troitiño le decía en una carta a un camarada de armas suyo que Astiz “ fue asignado dentro de la fuerza de tareas al área de inteligencia, “cuya misión principal era obtener información básica sobre un enemigo difuso y mimetizado con la población inocente””

En 1998, Astiz le concedió una entrevista a la entonces periodista Gabriela Cerruti, donde confesó:
“A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo.”
Luego ió una dura sentencia de su crueldad:
“ Yo digo que a mi la Armada me enseñó a destruir. No me enseñaron a construir, me enseñaron a destruir. Sé poner minas y bombas, sé infiltrarme, sé desarmar una organización, sé matar- Todo eso lo sé hacer bien. Yo digo siempre: soy bruto, pero tuve un solo acto de lucidez en mi vida, que fue meterme en la Armada.”

Cinco años más tarde, en 2003, el recién asumido presidente Nestor Kirchner anuló las leyes de obediencia debida y punto final, así como se consideró a los crímenes de la dictadura como “de lesa humanidad” lo que los hacían imprescriptibles.

En 2006, en el marco del reinicio de los juicios, Alfredo Astiz fue detenido preventivamente en el marco de la recién iniciada megacausa ESMA, y al poco tiempo, otra por el secuestro de Dagmar Hagelin. En 2011 y 2017, Alfredo Astiz recibió respectivamente dos condenas a prisión perpetua. También recibió la misma condena en Francia.
Hoy, con 72 años, continúa en prisión en el penal de Ezeiza.

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Si el mundo tuviese algo de lógica y fuese un lugar donde las cosas tienen algún tipo de sentido, esta historia terminaría aquí. Pero sorprendentemente no.

El día 11 de julio de 2024, seis diputados de La Libertad Avanza, el espacio que gobierna hoy la argentina, fueron en una camioneta de la Cámara de Diputados a la Unidad 31 de Ezeiza, donde Astiz y otros genocidas están presos. Los diputados Beltrán Benedit, Guillermo Montenegro, Alida Ferreyra, María Araujo, Lourdes Arrieta y Rocío Bonacci conformaron la comitiva, la cual se encargó de ir en supuesta misión humanitaria a ver a estos represores y por si fuese poco, posar en una foto junto a ellos.
Sí, diputados de la democracia yendo a visitar genocidas con el sabido interés de otorgarles prisión domiciliaria de mínima, y en el peor de los casos, la libertad.

Porque aunque sea rubio, tenga ojos celestes, se llame Gustavo Niño, se llame Alberto Escudero o se llame Alfredo Astiz, el único lugar para un genocida, es la cárcel.

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