Y cuando nos enteramos nos aflojan los lagrimales, los bolsillos y los placares queriendo colaborar. Porque afortunadamente formamos parte de un pueblo empático que en su abrumadora mayoría es sensible a las necesidades y el sufrimiento de les demás.
Entonces una o varias personas que quieren AYUDAR tratan de llegar a la mayor cantidad de gente posible para lograrlo, como dice la famosa frase ¡ayudame a ayudar! Seguramente a quien lee ya se le vinieron a la mente varios ejemplos de personas y asociaciones que en estos instantes están llevando adelante colectas varias.
Acá entra el otro componente de la ecuación: el medio de comunicación que permita hacer muy conocida la causa noble. De acuerdo a la época es probable que desde los años 30 a los 50 haya sido la radio, después vino la tele, siempre habrán sido los diarios y hoy en día por supuesto están las redes sociales.
A poco de andar se encuentran las primeras dificultades en cualquiera de estas geniales iniciativas. La ayuda llega y ahora se tienen toneladas de alimento, ropa, útiles escolares, lavandina, o aún peor dinero… que acopiar en algún lado, luego distribuir y hacer llegar al ayudado!
Aun con la mejor de las intenciones todo se vuelve bastante problemático. Ni que hablar cuando las intenciones son definitivamente horrendas como todo el espanto que sucedió con el Fondo Patriótico Malvinas Argentinas (les dejo algunos datos por si quieren saberlo: https://num3.com.ar/2479-2/).
Organizar que lo que se juntó llegue al destinatario demanda mucho esfuerzo, dinero y tiempo que en general es puesto por más personas voluntarias. En seguida nos damos cuenta que es mucho trabajo y que no puede ser siempre no pago. Surge la cuestión de quién merece cobrar por ese esfuerzo y quién no… todo entra en una zona muy gris.
Las nuevas generaciones no lo sabrán pero antes de que exista esa famosa colecta de “un astro rey para los infantes” hubo en otro canal de televisión un programa que se llamaba Sábados de la bondad. Se elegía una causa cada sábado y a lo largo de muchas horas se recolectaba la ayuda en largas filas, todo condimentado con historias personales emocionantes y fondo de melodías sensibleras. En mi casa, un poco por inercia, se veía siempre.
Pero una de esas tardes pasó algo extraordinario, de casualidad la/el movilero/a entrevistó en la calle a un hombre qué dijo que él estaba bastante en contra del programa. Ante la confusión y consternación reinantes siguió hablando y dijo que eso era sólo caridad y que lo que había que tener era justicia social. ¡Tomá!
Y es que si bien está bárbaro que queramos ayudar desde una iglesia o integrando el público de algún influencer lo que se necesita es una respuesta duradera y la organización del estado con toda su potencia para hacerla llegar.
Es probable que no suene ninguna música conmovedora de fondo cuando llenamos una planilla o nos acercamos a una ventanilla burocrática de las tantas del país, pero es ahí en dónde están las herramientas capaces de convertir a la necesidad en derecho.
Por eso la abajo firmante está convencida que a la hora de votar a quienes ejercen el poder tenemos que poner a quienes no deleguen la responsabilidad de la ayuda en las manos de las iniciativas individuales o de las ONGs sino que la hagan carne en las estructuras del estado. Y ahí sí que al bebé que hay que trasplantar y a la escuelita inundada llegue la justicia social.
Este mes el newsletter le tocó a Eri, pero lo mandamos tarde porque la encargada de hacer esta movida se había ido de vacaciones. Pido perdón.
Si te gustó esta cartita podés reenviársela a quien vos quieras. Y de pronto convencerle de comprar cierto libro. Nos encontramos en marzo, el lunes del año. ¡Gracias por ser genial!