Pero de una u otra forma, para enseñar es necesario saber. Saber algo. Como mínimo conocer bien lo que se tiene que decir en la clase del día. Así, una persona que enseña puede haber terminado de leer el capítulo necesario 15 minutos antes de la clase o tener múltiples derivaciones del tema de la clase ya metidos en la cabeza. Y sí, ya lo decía el viejo vizcacha: “el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”. Muchos años enseñando en la misma temática ayudan a conocer mucho, incluso más que lo que tiene que ser enseñado. Claro, ustedes me dirán que esto no siempre es así, y tienen razón! Al tiempo hay gente que lo aprovecha y otra que no. Pero el punto es que en general es más probable conocer mucho de un tema después de enseñarlo por décadas.
¿Qué pasa cuando el conocimiento se fortalece en la temática que se enseña, más allá de los libros de la materia? La ciencia mueve los límites del conocimiento desde siempre. Y la ciencia y las universidades están muy relacionadas. Las universidades son uno de los lugares más importantes en donde se genera el conocimiento, que se comparte y discute con pares de todo el mundo a través de papers, congresos y simposios. No es que piense que este mecanismo sea perfecto, pero es globalmente positivo. En estos círculos existe una alta especialización, con conocimiento que va a ser eventualmente enseñado en el futuro. Quienes circulan por estos ámbitos y enseñan tienen muchísimo más conocimiento que lo que dicen los libros. Enseñar con esta formación extra (que es lo que hacemos los científicos) es una ventaja excepcional. Quien enseña sabe hasta donde ir con las explicaciones, pero siempre tiene mucho más en la cabeza.
Y sé muy bien que “buen científico” no es igual a “buen docente”, así como hacerte viejo no necesariamente te hace más sabio. Pero a lo que voy es que seguro hay más herramientas para enseñar.
Ahora bien, ¿para qué enseñamos? Seguro no es por diversión. Lo que pienso es que lo que buscamos es formar gente profesionalmente. Un buen profesional no aparece por generación espontánea y es muy difícil que lo haga siendo autodidacta. ¿Te cortarlas el pelo con alguien que recién está empezando y te confirsa que aprendió con videos de YouTube? Imagínate operarte, o vivir en una casa construida por un autodidacta.
Formar profesionales no es una pelotudez. Una parte grande del trabajo es enseñar a pensar, a indagar, a cuestionar, a ir más allá de lo escrito en los libros. Y cuanto más sepa quien enseña, más chances de llegar a esa meta. Y los profesionales argentinos se forman en la educación pública. Según la profesión, entre el 75 y 95% de los profesionales son egresados de universidades públicas.
Hoy estamos en una situación terrible para quienes enseñan en esas universidades públicas. Se da la ridiculez absoluta de docentes super capos en su área (en ciencias de la computación, por ejemplo), enseñándole a estudiantes que cobran el doble o triple que él… y necesitan aprender lo que el tiene para enseñar!!!
¿Cuánto vale el saber? ¿Cuanto vale saber que hacer y cuando?
En este contexto, con los pesimos salarios de la docencia universitaria, cada vez menos personas optan por especializarse mucho y enseñar parte de todo ese conocimiento. Es lógico, ¿quien quiere ganar la mitad o menos que sus estudiantes?
El verdadero problema lo vamos a tener, como sociedad, cuando nos tenga que operar o construir puentes o educar a nuestros hijos, alguien que aprendió viendo videos de YouTube. Y ya va a ser tarde para darle vida al sistema universitario argentino.
Ojalá hagamos algo antes de encarar irremediablemente hacia esa realidad.