Enseguida que entramos a la escuela aparece la idea de que la matemática es difícil, que los números no son esos símbolos con los que jugábamos y nos divertíamos, sino que son seres del mal, creados para hacernos sufrir.
Leyendo algunas notas sobre esto tomé algunas frases:
«Las matemáticas queden unidas fuertemente a la impotencia y a la frustración.»
«El odio que despierta en algunas personas se arrastra durante años y termina siendo irreconciliable.»
«Si tengo el mismo profesor que otros compañeros, voy a las mismas clases y no lo entiendo, será que “no estoy hecho para esto” o incluso algo más duro y complicado de remontar: “soy tonto”».
¿Cómo hacemos entonces, como personas adultas, para reconciliarnos con los números, poder entenderlos y usarlos? Nos rodean todo el tiempo y aunque nos dediquemos a otra cosa, ahí están.
Pero bueno, esto es un editorial y, por lo tanto, voy a ponerle el tono político que tiene que tener (y por el que quizás hayamos perdido algún que otro oyente).
La realidad social y política se nos presenta permanentemente en forma de números. Números que reflejan datos. Datos que fueron obtenidos por una persona o grupo de personas trabajando de alguna manera particular.
Algunos números del último tiempo
48% de aceptación.
35.1% De pobreza en la ciudad más rica del país.
7.622 Millones de dólares exportados en mayo.
0.467 de índice de Gini.
En una charla Ted De 2017, Daniel Schteingardt habla de datos y de convicciones. Entre otras cosas interesantes dice:
«Si un dato va con lo que pensamos, es cómodo y gratificante. ¿Y si el dato nos desafía? A veces nos brota un instinto de defensa “ese dato está mal, es trucho. Concluir eso sin analizar el dato, nos encierra.” Otras veces torturamos a los datos hasta que confiesen lo que nosotros queramos».
Algo que me gusta mucho de esa charla es que resalta que los datos no son la realidad, son una simplificación para entender algunos aspectos de la realidad.
Y para entender esos aspectos necesitamos comparaciones, pero comparaciones bien hechas.
Por ejemplo, mi hijo de 15 años y 1.90, ¿es más bajo que el “pequeño Jimmy”, el hijo de un yanqui de Mississippi, que mide 2.4 y tiene un año? El número es menor, está bien, pero el sentido común nos dice que es imposible que un chico de un año supere en altura a uno de 15. Y la cosa es que a mi hijo lo mido en metros y en Estados Unidos al “pequeño Jimmy” lo miden en pies. Si no conocemos las formas en las que se obtienen las medidas, los números no se pueden comparar. O se comparan a ciegas con el riesgo de sacar conclusiones equivocadas.
Y pensando en números, quisiera ir a algunos que nos tienen que importar. Por ejemplo, las mediciones de pobreza. ¿Cómo se mide la pobreza de un país? ¿Qué información podemos obtener? ¿El dato por sí solo nos sirve?
Una forma de medir la riqueza o pobreza de un país es calculando el producto bruto per cápita. Es decir, lo que produce un país en términos económicos dividido por la cantidad de habitantes. Pero, como probablemente sepan, esto esconde la trampa del promedio. Si yo traigo un pollo a este estudio y me lo como todo, puedo decir que en ciencia del fin del mundo hoy se comió un cuarto de pollo por cabeza; pero les puedo asegurar que mis compañeros tendrían más hambre que yo. Otra forma de calcular la pobreza es en porcentaje: qué proporción de la población no alcanza una suma de dinero definida. ¿Cómo se define esa suma? ¿Para qué debería alcanzar? ¿Alimentos? ¿Qué alimentos? ¿Vivienda y alimentos? Están claras dos cosas: que la propia definición del límite impactará sobre el dato obtenido y que se necesitan expertos que sepan qué considerar.
Sigo pensando en cosas alrededor del % de pobreza y hay dos cuestiones importantes que quisiera resaltar. La primera es que para comparar los porcentajes de personas por debajo del límite de pobreza es necesario usar el mismo criterio a la hora de establecer el límite, por eso muchas comparaciones que aparecen en diarios o redes son bastante difíciles de tomar en serio. La segunda cuestión es la importancia de fijar criterios y mantenerlos para poder tener una correcta evaluación histórica sobre la progresión de este dato, que por sobre todas las cosas nos permita ver qué políticas públicas son efectivas y cuáles no para el bien de la población.
Para ir cerrando con los números y los datos hay uno que me causa mucha gracia (o furia, la verdad no estoy seguro). Según el presidente, teníamos una inflación de 17.000% cuando él asumió. Más allá de lo ridículo de la afirmación, lo tomo para entender lo ridículo del razonamiento. Y otra vez voy a usar a mi hijo de ejemplo. A principio de año tuvo dengue, mucha fiebre y reposo de muchos días. Finalmente, le dieron el alta. En esas dos semanas creció 3 cm. Según el método numérico presidencial, mi hijo tenía un crecimiento de 62% anual e iba a llegar a medir 3.05 m. Por suerte le cambié la dieta y se calmó el pibe.
Amiguémonos con los números, tratemos de entender de dónde vienen los datos y qué implicancias tienen. Hagamos distintas comparaciones para ver si lo que creemos es así o no.
Como dice Schteingardt “Tratemos de ser más honestos con los datos y con nosotros mismos.”
Pero sobre todo, no nos creamos a ciegas a quienes interpretan los números por nosotros, ni siquiera si lo dice alguien en quien confiamos.
¡Esto es CFM!