Notas | Nerón

Nerón

El gobierno de La Libertad Avanza tiene una declarada intencionalidad económica liberal, libertaria, neoliberal, anarcocapitalista o como se llame, que implica la destrucción deliberada y anunciada del Estado en pos de las grandes empresas.

Pero a veces parece que el mayor impulso que tiene esa política no es un utópico florecer económico que algún día supuestamente llegará. Las ideas que Milei, sus funcionarios y seguidores exponen tienen un fuerte sentido de disputa de sentido, lo que ellos mismos denominan en una apropiación inesperada de un término históricamente ajeno a la derecha, “batalla cultural”.

Es así como quienes trabajamos en el ámbito de la educación vemos reforzados y oficializados ciertos prejuicios y estigmatizaciones que ya existían. La figura de los docentes como “zurdos empobrecedores” pasó de ser un insulto en redes sociales a una política de Estado.
Hace unos días, el mismo presidente que dice que los docentes solemos ser adoctrinadores y que la escuela pública es un “lavado de cerebro” dio una masterclass de adoctrinamiento ideológico, repitiendo consignas hechas sin fundamento alguno, marcando sentidos de cómo debe tratarse a los alumnos y sin ningún tipo de respeto por aquellos que no adhieran a su discurso.

Lo grave quizás no sea que su discurso, si bien muy cuestionable en términos pedagógicos, tenga un sesgo ideológico. El problema es que el relato construye la idea de que lo que hay es un “sesgo” de nuestro lado y una verdad apolítica del suyo.

Claro, no es casual ni salido de la nada. Ya en sus mismas ideas de la economía podemos ver este fenómeno de pensamiento único, donde exponen teorías económicas absolutas, independientes de los fenómenos sociales, y por ende incuestionables.
Las ciencias económicas suelen ser para los liberales ciencias exactas, que deben ser comprendidas y observadas, no entendidas como un campo de disputa social y político. Es así que desde sus propios preconceptos sobre la economía construyen su piso de supuesta verdad incuestionable. Por eso quienes no pensamos de esa manera somos ideologizados y sesgados, porque no estamos en eso que para ellos es un molde inamovible. Lo de ellos entonces no es “ideología”, es solo “descripción de la realidad”.

Pero no solo eso se posa sobre las discusiones culturales y educativas, sino que una idea liberal es llevada como mantra al ridículo extremo: la meritocracia. La idea de que las cosas hay que ganárselas con esfuerzo personal. Claro, si es algo que heredamos de nuestros padres, es esfuerzo, pero si es algo que el Estado nos otorga es una estafa. En palabras del propio presidente: “la justicia social es aberrante, sacarle a uno para darle a otro”.

Es así como día a día vemos violentos ataques sobre la educación en la Argentina. Y sí, cuando algo se lo ataca sin cuartel, de manera sistemática, exagerada y con el fin de destruirlo, lo mínimo que podemos decirle es violento.
Quizás uno de los casos más ejemplares que tenemos a mano es lo que el gobierno nacional está llevando adelante con las universidades nacionales. Allí directamente se generó un recorte de más del 50% del presupuesto al repetir el del año pasado con más de un 200% de inflación. Pensemos que en democracia solo dos gobiernos no pudieron aprobar sus presupuestos una vez, Cristina en 2010 y Alberto en 2021, ambos casos generaron una gran conmoción. Milei ni bien asumió, decidió voluntariamente ni presentar un nuevo presupuesto y prorrogar el del año 2023. ¿Por qué le gustaba? Desde ya que no, sino para obtener discrecionalidad. Lamentablemente, gran parte del arco político argentino que cree que hay que ser siempre oficialistas… bueno, siempre que no gobierne el peronismo, lo dejó pasar como si nada.
Es así como hoy el ejecutivo nacional tiene la capacidad de presionar a distintos actores, como las universidades, con las partidas presupuestarias. O simplemente dejarlas morir.

Es común que escuchemos grandes explicaciones que buscan darle un gran sentido estratégico a las políticas de Milei, pero en algunos casos, como el que relatamos, a veces parece que no hay grandes giros estratégicos, sino un objetivo concreto: CERRAR LAS UNIVERSIDADES DEL CONURBANO.

Sí, así de simple. Es más, ni siquiera es importante si genera o no déficit, porque como ya vimos con casos como Télam y el INCAA, cómo se financian, si generan ingresos, inversión o lo que sea no importa. Lo único que importa es destruirlos, porque el debate es cultural. Y los debates culturales terminan transformando la realidad material en la que vivimos. 

Una sociedad que no está informada, que no tiene espacios de debate, que no produce cultura, y sobre todo que no tiene formación en estudios, es una sociedad a la que le va a ser más difícil cuestionar lo establecido, eso mismo que según los liberales es “lo real” e incuestionable.
¿Por qué si un pibe puede trabajar de Rappi deberíamos financiarle la universidad? ¿Por qué vamos a pagarle el sueldo a docentes que forman a sus alumnos y que fomentan el debate crítico sobre la sociedad en la que vivimos? ¿Por qué vamos a financiar la producción de información si la única verdad es la que nos dicen? ¿Para qué vamos a darle alimentos a los comedores comunitarios si no generan dinero? y no vaya a ser cosa que en el comedor, o en la escuela y la universidad la gente se encuentre. No vaya a ser cosa que podamos acceder a un espacio público sin pagar entrada y podamos intercambiar experiencias, charlar, debatir y quizás, en una de esas, problematizar un poco sobre las cosas que nos pasan como sociedad. Entonces, mejor dejemos morir todo ello, y que los espacios de encuentro sean un bien de consumo más. Total, al fin de cuentas, si los que tienen dinero son los mejores y si eso es un reflejo del mérito individual… entonces seguro que eso es lo más justo. 
Vivimos una serie de fenómenos muy difíciles de comprender e interpretar. Muchos años me dediqué a estudiar las interpretaciones sobre la última dictadura militar. El gran salto cualitativo en los análisis fue cuando se pudo poner sobre la mesa los objetivos políticos y económicos que tuvo el genocidio que los militares y sus cómplices llevaron a cabo. Hoy, que por primera vez, por lo menos a mí, me toca vivir en primera persona un proceso de destrucción, me pregunto si es tan importante el objetivo que esto tenga de fondo, o es simplemente un despliegue inusitado de crueldad, odio y violencia. Quizás, no lo sé, si bien hay muchos que se benefician de todo lo que está pasando, también vivimos una escena digna de la que nos dejó Nerón al incendiar la ciudad de Roma para disfrutar verla en llamas.

Desde este humilde lugar tratamos de pensar qué país queremos, qué queremos aportar a ello y debatir qué herramientas debemos desplegar. Hoy todo parece indicar que el camino en el que se avanza es el exacto opuesto, sin idealizar tiempos pasados, de los cuales también podíamos ser críticos, pero que nos daban margen para accionar y lograr avances.
Más que nunca tenemos que recordarnos qué país queremos, por qué queremos defender la ciencia, la educación y la cultura pública, popular y de calidad. El camino es duro, pero acá estamos, al sur del sur.

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