Notas | Fútbol y Ciencia

Fútbol y Ciencia

No se me ocurre algo más obvio para escribir el NL de este mes, que estoy escribiendo con el mes muy avanzado y con corte de luz en mi casa. Y me lleno de vergüenza porque resulta que googleé el título (por lo obvio que es) y ya lo usó un tal Roberto Fontanarrosa para un relato breve publicado en 1990 en el libro El mayor de mis defectos, de Ediciones de la Flor.

Y también hay bocha de cosas escritas de matemática, física, química y hasta botánica, relacionadas con el balompié. Pero hace unos días que se me vino a la mente otra cosa, que no sé si ya está escrita o no, pero que voy a tratar de desarrollar acá. Así que, bienvenides al NL de CFM del mes de diciembre.

Hace rato que se viene diciendo por ahí (redes, periodistas, ciertos políticos, etc.) que equipos europeos como Francia o Inglaterra no están formados por franceses o ingleses (respectivamente), sino por africanos. Pero, por ejemplo, ¿qué se necesita para “ser francés”? Obvio, ser hije de franceses (no importa si se nace en Francia o en otra parte del mundo) o nacer en Francia con progenitores desconocides. Pero ese país también reconoce a los nacidos en su territorio, hijes de extranjeres. Estas personas pueden adquirir la nacionalidad francesa cuando alcancen la mayoría de edad (con algunas condiciones). La inmigración es todo un tema enorme, pero claramente los países más poderosos son una especie de pegajosa atracción para las personas de países de menores recursos que caemos como moscas. Claro, es mucho más fácil migrar si se habla naturalmente el idioma de destino (como para nosotres resulta más fácil ir a España). Y resulta que los países colonialistas siempre tuvieron la costumbre de meter su lengua ahí donde iban a hacer negocios y someter poblaciones. Algunos países europeos conocen muy bien eso de “tender puentes” hacia el continente africano. Incluso los muchachos de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Y esos puentes, pensados para ir desde Europa y volver con riquezas (o esclavos) a cuestas, son transitados ahora de múltiples formas por las personas antes dominadas. Entre ése universo de personas migrantes, algunas juegan al fútbol, y un grupo mucho menor lo hace de forma extraordinaria. Y ¡bingo! Inferiores de clubes importantes, contratos, lujo y fama. El oprimido se vuelve mercadería de nuevo como sus antepasados, pero esta vez con beneficios (al menos para él y los suyos). Por ejemplo, Mbappé, es tan francés como Lavoisier porque nació en París y, aunque es hijo de inmigrantes, cumple con los requisitos para tener la ciudadanía. Y, claro, juega tremendamente bien al fútbol, que no es una razón escrita, pero que debe sumar algo… 

Pero no quiero irme más sobre lo falaz de sentenciar que equipos como Francia o Inglaterra juegan con africanos (de hecho, esas selecciones tienen muy pocos jugadores nacionalizados, 3 y 1, respectivamente). Quería ir por el otro lado, por el de la “repatriación”. Las selecciones que juegan con más jugadores nacionalizados son Marruecos (14, españoles, franceses, belgas, neerlandeses), Senegal (12, 9 de ellos franceses) y Túnez (12 en total, 10 franceses). Estas ex-colonias tienen en sus filas a hijos de inmigrantes nacidos en Europa, igual que lo es la figura francesa. Pero se diferencian en algo: al momento de elegir a qué país representar, optaron por los países de sus antepasados. Con Achraf Hakimi a la cabeza, que rechazó la participación en selecciones juveniles españolas después de asistir a un entrenamiento, los marroquíes nacionalizados deben estar sintiendo un orgullo enorme y una satisfacción que no creo que hubieran tenido llegando a semifinales como parte de las selecciones de los países donde nacieron, que evidentemente no los representan.

¿Y la ciencia cuando y como entra? Pensando en todo esto de las migraciones, las posibilidades de desarrollo personal en entornos de mucha plata, las representaciones y las satisfacciones, no pude dejar de trazar un paralelismo entre fútbol y ciencia. Porque, obvio, una persona con talento científico va a poder desarrollarse con mayor probabilidad en las «ligas» europeas o norteamericanas de la ciencia (por equipamiento disponible, recursos para compra de bienes, posibilidades de reuniones y charlas con expertes del área y una larguísima lista de otras cuestiones), y alcanzar cierto status en el submundo de la ciencia. A mí me surge una pregunta: ¿qué problemas ayuda a resolver? Y creo que, en general, no son los nuestros.

Acá me surge el otro paralelismo. El de les repatriades que, por decisión personal (con ayuda de planes de ciertos gobiernos o sin ella), vuelven a hacer ciencia acá después de conocer de primera mano las ventajas de allá. Y se encuentran con todas las dificultades propias de nuestra realidad (sobre las que el sistema científico debe trabajar mucho), pero también con la posibilidad de aportar para la solución de problemas locales. 

Me viene a la mente también, para ir cerrando, otro tipo de persona de ciencia. Esa que, trabajando en el centro del mundo, no deja nunca de mirar para acá. Y que en todo lo que hace desde allá, busca ir colaborando con la ciencia de acá. 

No pretendo hacer, con toda esta disquisición, un análisis de valor. No considero que haya una actitud buena y una mala. Pero ¡cómo me gusta cuando los libres del mundo responden!

¿Ah no sabían que tenemos un libro en preventa?
Lo prologó nada más y nada menos que (nos ponemos de pie) Pablo Molinari (ahora nos sentamos porque si no es incómodo), y tiene varias historias que nos parece que resumen el espíritu de esta cooperativa de comunicación de la ciencia que ya va por su loca aventura número seis. Lo pueden conseguir con descuento (¡ÚLTIMOS DÍAS!) en este link (y no saben lo felices que nos harían).
También pueden venir a la fiestita de fin de año del martes 20 de diciembre a las 19 hs en La Quince (Av. Corrientes 5426, CABA), donde vamos a presentarlo, entregarlo y firmarlo entre jolgorios varios. ¡Les esperamos!

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