Notas

¿Escape? ¿a Venus?

Venus. La diosa, la de Milo (la de mármol y la de gelatina), la paleolítica, la sailor. El planeta hermano, el segundo objeto más brillante en el cielo. A lo largo de la historia de la humanidad apareció en mitos, relatos y calendarios por toda la superficie de la Tierra.

Nombrado así por los romanos en homenaje a su diosa (que en realidad se la había choreado a los griegos para quienes era Afrodita y que seguro que se la robaron a alguien más porque siempre la cosa sana), es bastante irónico que hayan elegido justo a esa deidad, que estaba vinculada al amor, la belleza y la fertilidad, y era la protectora de la naturaleza y los jardines, porque la verdad es que en la superficie de este vecino no puede vivir ni dios (mucho menos dioses humanizados como los de la antigüedad occidental).

Pero veamos algunos detalles sobre por qué esta afirmación.

Venus es el segundo planeta del Sistema Solar, contando de adentro para afuera. Está entre Mercurio y la Tierra, no tiene satélites, y es el tercero más chico, arribita de Mercurio y Marte. Es un planeta rocoso, no tan distinto al nuestro en términos de la masa y la composición, aunque bien distinto en relación a la temperatura (con una media de 463.85 °C) , la presión (unas 90 veces la presión en la superficie terrestre) y la atmósfera (súper densa, mayormente compuesta por dióxido de carbono y nitrógeno, lo que bloquea casi un 90% de la luz visible).

El efecto invernadero que generan los gases que conforman la atmósfera explica por qué aunque está más lejos tiene mayor temperatura superficial que Mercurio, que está bien cerquita. Esto hace que sea imposible mantener agua líquida en la superficie, y por lo tanto que haya vida. Sin embargo, la fantasía de encontrar otro lugar donde podamos vivir (porque la cosmovisión juega en todas partes) nos llevó a estudiar Venus con mucho detalle. 

Breve historia de la exploración de Venus

Por supuesto, como toda historia de bien, todo arranca con un ruso y un intento fallido. La primera sonda enviada a Venus fue la Sputnik 7, en febrero de 1961, pero no llegó ni a salir de la órbita terrestre. Una semana después (ni lentos ni perezosos) volvieron a intentar con la Sputnik 8, que se hizo más conocida por el nombre Venera 1, que se ganó el título de “La Primera Sonda Exitosamente Lanzada a Otro Planeta”; sin embargo a los siete días del lanzamiento, habiendo alcanzado una distancia de dos millones de kilómetros, se cortaron las transmisiones, sin haberse acercado a más de 100.000 kilómetros de Venus.

Por supuesto, como todo lo que pasó durante la década del 60 y que involucró a Rusia, también involucró a los EEUU. En 1962 la NASA lanzó la primera misión del programa espacial estadounidense con destino a Venus: la sonda Mariner; que (qué picardía) fue destruida durante el despegue. El mismo año la URSS volvió a fallar con la Sputnik 19, pero ninguno de los dos se rindió y volvieron a intentar hasta que la Mariner 2 sobrevoló Venus (a una distancia de 34773 km) a fines del 62.

A los tovarishch les costó un poco más. Después de algunos fracasos, en marzo del 66 lograron estrellar la Venera 3 contra el planeta, pudiendo decir “fuimos los primeros en alcanzar la superficie”. Discutible, pero tienen un punto. De todas maneras lograron saldar el debate aterrizando la Venera 7, ya en 1970, y tuvieron segunda vuelta en 1972 con la Venera 8; que mostró que las nubes formaban una capa compacta que terminaba a 35 kilómetros sobre la superficie.

Las Venera siguieron siguiendo, y por supuesto los yankees no se quedaron atrás. En 1978 enviaron la sonda Pioneer Venus, que era un acople de cuatro sondas que lograron entrar en la atmósfera y se mantuvieron operativas por 45 minutos después de alcanzar la superficie. 

Gracias a la manija de los 70, pudimos conocer detalles sobre la atmósfera, como por ejemplo que las dos capas superiores de nubes están compuestas de gotas de ácido sulfúrico, y que la capa inferior está (probablemente) compuesta por una solución de ácido fosfórico. 

Recién en 1990 la sonda Magallanes de la NASA pudo realizar mediciones de radar de la superficie, que permitieron entender mejor cuestiones relacionadas con la geología del planeta. Otras misiones como Galileo y Cassini-Huygens, que iban camino a Júpiter y Saturno (sí, queda para el otro lado, pero un día vamos a hablar de esto, se los prometo), y la MESSENGER, con destino Mercurio, pasaron cerquita tomando más fotos. Y para los astrónomos foto = dato.​

Algunas misiones más modernas, sumadas al monitoreo satelital, trajeron información sobre características como la rotación, que es retrógrada (no porque vote a la derecha sino porque va a contramano de los demás planetas), los períodos orbital y de rotación, que están sincronizados con los de nuestro planeta, entre otras cositas. Se cree que esto de la sincronización se debe al efecto de marea que genera la Tierra sobre su vecino, lo que explicaría, además, por qué el planeta tarda 243 días terrestres en girar sobre sí mismo, cosa que ya de por sí es rara, pero que se pone más llamativa cuando pensamos que el año dura 225 días, debido a la cercanía al Sol. O sea que el día es más largo que el año (ruido de mente estallando).

Otras diferencias que tenemos están relacionadas al campo magnético (la rotación es tan lenta que no alcanza para generar las corrientes internas que producen dicho campo en nuestro planeta), lo que hace que el viento solar pegue sin filtro, y con la densidad de las nubes, que impiden que la radiación solar alcance la superficie, lo que hace que la temperatura superficial sea mucho más baja que en la atmósfera. 

Si bien no tenemos datos tan contundentes como los que podemos encontrar en la superficie de nuestro planeta, o incluso de otros como Marte sobre el que hemos caminado largo y tendido, algunos registros dan la pauta de que hace muchísimo tiempo atrás Venus tuvo un montón de agua, pero no tener protección contra el viento solar fue haciendo que el agua de la atmósfera alta se disocie y que el hidrógeno se eyecte al espacio exterior, lo que hace que el famoso ciclo del agua no tenga continuidad. 

Sin embargo encontramos en la parte más externa de la atmósfera un montón de fosfina, una molécula que en la Tierra es generada por algunos organismos, lo que, para mucha gente, es un indicio total de que puede llegar a haber vida.​ Y acá es donde la fantasía se pone todavía mejor. 

Esta idea de conquistar otros planetas es, a mi entender, parte de un clima de época: la guerra fría y la disputa entre el eje occidental-capitalista, con un EEUU como potencia poniendo dos fichitas en cada Kamchatka posible, confrontando con el bloque oriental-comunista, impulsado por Rusia y su avanzada sobre gran parte de Europa central. Pero además veníamos de un proceso de conquista no menor, como fue el despliegue del nazismo sobre el viejo continente. Obviamente con estos antecedentes es completamente entendible que la mirada hacia el cosmos tuviera la misma perspectiva: colonizar.

Pero Venus no estaba facilito, porque las condiciones, como ya mencionamos, no eran (no son) compatibles con la vida (al menos no como la conocemos y la entendemos desde acá,y con los requisitos que tiene para sostenerse). En este contexto aparecieron algunas ideas, tomadas de la ciencia ficción, como por ejemplo la “Terraformación de Venus”.

Terratransformar quiere decir, básicamente, transformar el ambiente de un planeta para que tenga las características necesarias para volverlo habitable con características similares a las de la Tierra. Dicen por ahí que este término apareció por primera vez en un cuento de ciencia ficción escrito por Jack Williamson, que se llamaba «Órbita de colisión» y que fue publicado en la revista Astounding Science Fiction en julio de 1942.

Uno de los impulsores de la propuesta de tomar ese término sacaddo LIT de un cuento, y pensar en la posibilidad de aplicarla a nuestro planeta vecino, fue, nada más y nada menos, que Carl Sagan, que, en un artículo llamado «The Planet Venus» en 1961, tiró una idea hermosa: si acá hay organismos que se “alimentan” de sulfuros y no necesitan luz solar (como los que viven cerca de los volcanes subacuáticos), ¿por qué no mandamos una banda de esos en una nave y que hagan su magia en la superficie de Venus?

La idea estaba en consonancia con la hipótesis de que este tipo de organismos fueron los primeros habitantes de la Tierra, y que serían los responsables de haber modificado la atmósfera de nuestro planeta, que se cree que en las primeras etapas de la formación planetaria era muy distinta  a la que medimos hoy, sobre todo debido a la actividad volcánica ultra intensa que había cuando todo estaba más caliente, y un poco más parecida a la atmósfera actual de Venus.

Investigaciones posteriores incluso a la muerte de Sagan, nos dieron a entender que un llevar a cabo proceso semejante sería, de mínima, complicado. No sólo porque esos pobres bichos que Carl quería mandar probablemente no podrían sobrevivir a las condiciones de presión y temperatura de la atmósfera, sino también porque otros detalles, como la velocidad de rotación y el campo magnético, son mucho más difíciles de lograr. 

En un contexto mundial de inminente crisis por el cambio climático, ninguna idea parece tan mala como la perspectiva que nos dan los datos. No estamos tan lejos como pensamos de ir a parar a una distopía donde el calor hace imposible vivir en algunas regiones, donde la sequía y la inundación limitan la capacidad de producir alimentos, y la vida es cada día más complicada, sobre todo para los que hoy ya entran en la horrible categoría de «los que menos tienen». Frente a este escenario, y un poco todavía empujados por esa idea de que todo se puede conquistar, la humanidad todavía sigue pensando qué otros mundos podríamos habitar. Pero si bien soñar no cuesta nada, por las dudas sería ideal cuidar un poco más la atmósfera que tenemos, antes que intentar fabricar una nueva en otro planeta. 

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