Se me ocurrió pensar que escucho mucho, quizás demasiado, cómo es la gente joven en nuestros días. Gente sin capacidad de pensar, sin ganas de aprender, sin motivación para esforzarse en la elaboración de pensamiento crítico. Quizás uno de los mejores ejemplos sea el uso de las inteligencias artificiales para resolver tareas y trabajos desde el colegio secundario hasta la universidad. Y lo que me pasa con esto, y teniendo a mano una muestra muy parcial y muy particular que son mi hijo y sus amigos, es que me niego rotundamente a aceptar esa imagen de la gente joven. Pienso que quizás quienes intentamos enseñar nos perdemos a veces en formas y estrategias que no tienen llegada hoy. Por ejemplo, con la existencia de chat gpt ¿tiene sentido evaluar a un estudiante a través de la producción de una monografía? ¿No deberíamos cambiar un poco también nosotros y buscar otras formas de hacerlos trabajar? Y hay otra cuestión que siempre me viene a la mente cuando escucho hablar de que la juventud está perdida: ¿fuimos tan buenos como pretendemos que sea la actual juventud? ¿no hicimos o tuvimos compañeros que buscaban las formas más locas de copiarse evitando estudiar? Creo, sinceramente, que tenemos la obligación de dejar de repetir ciertas frases e intentar mover los límites, pero sabiendo que nunca nada es universal. No existe la forma de conseguir que todas las personas englobadas dentro del colectivo denominado “la Juventud” actúen y respondan de una manera uniforme y de acuerdo a nuestros ideales. Y claramente esa heterogeneidad va a ser siempre deseable para que surjan individuos capaces de tomar en sus manos las múltiples tareas necesarias para que nuestro país se desarrolle.
Y hablando del país y su desarrollo, viene el segundo pensamiento profundo (y no de viejo choto) al que me llevó la mayoría de edad de mi hijo. Primero, debo confesar que existe cierta satisfacción en encontrar rasgos propios en la descendencia, y me pasa que encuentro varias cosas mías en mi hijo. El problema es cuando las comparaciones no se limitan a qué comida te gusta, qué materias o deporte son tus preferidos. No estoy siendo claro, pero ahí voy. Lo que me pasó es que empecé a compararme, a mí y a mi entorno, con mi hijo y el suyo. Mi primera elección fue la que resultó en la reelección de Carlos Saúl Menem, allá por 1995, y la primera de mi hijo fue la que resultó en la elección de quien nos gobierna actualmente. Los dos sufrimos con los resultados y, lamentablemente, los dos salimos a marchar en distintas circunstancias, pero en contextos y por razones bastante similares. Para el futuro cercano no tenemos certezas absolutas, pero todo parece indicar que de alguna forma se cumple el dicho “de tal palo tal astilla”, porque el año que viene va a encontrar a la familia con un integrante más empezando una carrera científica, o de potencial contenido científico. Y ahí es donde espero que sus pasos no tengan que pisar por donde transitaron los míos, y me da miedo que pase. Que él no tenga que ver cómo se le descuentan el 13% de los ingresos a los jubilados y jubiladas y a todo el personal público, incluyendo a las personas que trabajan en ciencia (incluidos también los becarios y becarias). Espero que no tenga que ver carpas blancas levantadas frente al congreso de la Nación reclamando salarios dignos para docentes. Espero que no tenga que ver imágenes como la de la querida Norma Plá, jubilada incansable en la lucha simplemente por dignidad. Espero, finalmente, que toda la decadencia que vivimos y sufrimos no se repita de forma completa en este ciclo del péndulo.
Pero también deseo que al volver a tener decisiones en los destinos del país, comprendamos que es necesario abrir el diálogo con otras fuerzas, debatir, convencer, pero por sobre todo es necesario y urgente ser firme en las convicciones para conseguir el tan ansiado desarrollo nacional. No volver a confundir diálogo con inacción. El otro día escuchaba a una persona que sabe, de quien no recuerda el nombre, que mencionaba que en Argentina existieron tres modelos de desarrollo:
- uno, el que podemos denominar neoliberal, basado principalmente en la producción de materias primas con una apertura indiscriminada al comercio internacional. Este modelo, que incluye salarios bajos para que el país sea competitivo, fue puesto en práctica por la dictadura de Videla, en la década del 90 por el menemismo y La Alianza, y actualmente tenemos la tercera vuelta. Ya comprobamos que ése camino no lleva al desarrollo del país.
- un segundo modelo plantea el desarrollo industrial y para conseguir los recursos necesarios para este desarrollo, los trabajadores deberán cobrar salarios bajos hasta tanto se alcance la meta desarrollista. Este modelo fue aplicado por Frondizi y, lamentablemente, también termino siendo lo que hizo el frente de todos con Alberto Fernández de presidente.
- finalmente, el tercer modelo que también busca un desarrollo industrial, pero en este caso beneficiando a los trabajadores con salarios dignos y obteniendo los recursos de los de mayor poder económico. Está claro que fueron los gobiernos del General Perón y de Néstor y Cristina los que llevaron adelante este modelo.
La verdad es que más allá de las cuestiones teóricas planteadas sobre estos modelos de desarrollo, son muchos los indicadores que marcan que solo el tercero fue realmente efectivo, y que el odio y la venganza permitieron truncar la industrialización efectiva en nuestro país.
Para cerrar, entre pensamientos, miedos y deseos que me despertó todo esto, lo que más quiero para mi joven futuro físico (que no sé verdaderamente si se dedicará a la ciencia, a la industria, al arte o al comercio), es que pueda vivir en un país que deje atrás lo demostradamente inútil y se focalice en corregir y mejorar las falencias del único modelo de desarrollo posible. Y si él contribuye de alguna forma a eso, para mí va a ser un orgullo inmenso.