Pero resulta que esos dos mundos, esos dos grandes periodos en los que se dividió mi paso por la escuela secundaria, que parecían tan alejados, irreconciliables por momentos, en realidad se tocan todo el tiempo. Cada vez que me doy cuenta de eso, me da una sensación rara que no sé si decir que es de adrenalina, pero es esa sensación corporal que nos pasa cuando estamos ante algo que nos parece fantástico, que creíamos que no podía existir, o incluso que no entendíamos y ahora dominamos. ¿Les pasa?
Una de esas veces fue cuando leí el libro de Soledad Quereilhac, “Cuando la ciencia despertaba fantasías” (que no voy a parar de recomendar ni un segundo), y cuando la entrevistamos en la radio. Qué mujer, dios mío.
El otro día me volvió a pasar. Llegué demasiado temprano al Centro Cultural de la Ciencia, donde está el estudio desde el que hacemos Twitch todos los viernes. Aproveché el tiempo para entrar a la muestra El Infinito, de Pablo Bernasconi. Sabía que era linda porque me lo habían dicho muchas personas en cuyo gusto confío, pero no me esperaba lo que me encontré. Una intersección hermosa entre la ciencia, el arte, la belleza, la magia, todo alrededor de la idea del infinito, desde una perspectiva científica pero también poética.
Quienes me conozcan estarán hartxs de que les recomiende ir al Centro Cultural de la Ciencia, un lugar que pretende transmitir la idea de que la ciencia es cultura, no por las explosiones de colores, no por la pasta de dientes para elefantes, no para que digamos “fuah la ciencia”, sino que simplemente la plantea como un espacio de disfrute como lo es la música, la literatura, el teatro, la danza, etc. Me gusta el C3 y el Lugar a Dudas porque cada persona se va con algo distinto de cada propuesta. Algunos flashean con un módulo en particular, algunos ven y tocan todo, algunos lo toman como un juego, otros quieren aprender todo lo que puedan. Todas las experiencias son válidas. Después de todo, el objetivo es pasarla bien un rato en compañía de la ciencia, y eso es siempre una experiencia subjetiva.
El Infinito no habría podido estrenarse en ningún otro lado. Está hecha desde la ternura, el juego, lo infantil. Cada tanto tira conceptos complejos matemáticos, pero si no entendés nada, no importa, se disfruta igual. A veces cuenta qué piensa Borges sobre el infinito, pero si te aburre Borges como es mi caso (*la crucifican*) no pasa nada tampoco. En resumen, si andan por la Capital Federal, pásense por el C3, visiten El Infinito, y cuéntenme qué les parece.
Pero me estoy yendo por las ramas y lo que realmente quiero contarles este mes es otra cosa. Las vueltas de la vida trajeron a mis manos un libro de un compañero del secundario, Michel Nieva, que le gustaba a una amiga de la división pero que después además creció para convertirse en un filósofo muy reconocido y que viajó por el mundo dando conferencias varias que después se compilaron en Tecnología y Barbarie, el libro en cuestión. Me gustaron mucho todos los ensayos, pero uno en particular creo que pega con esta comunidad.
Parece que la primera poetisa de la historia de la humanidad fue una mujer de la antigua Mesopotamia, Enheduanna (¿buen nombre o qué?). Enheduanna fue la primera en firmar una obra creativa, escrita en cuneiforme sobre tablillas de arcilla, allá por los años 2200 antes de Cristo. En uno de esos libros (no podemos llamarlos libros si hemos escuchado a Juli Elffman, pero bueno), de hecho, Enheduanna escribe: “Rey mío, algo se ha creado que nadie ha creado antes”.
Más acá en el tiempo, recién nacido el siglo XXI, se creaba otra literatura que tampoco había creado nadie antes. Nacía el arte transgénico. En 2001, Eduardo Kac, artista brasilero que creó el manifiesto transgénico, codificó un versículo de la biblia utilizando código morse y el código genético, y lo insertó en bacterias de la especie Escherichia coli. El versículo era Génesis 1:26: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Así, Escherichia coli tiene algo en común con Enheduanna. Se transformó en la primera bacteria en escribir un poema.
En sí misma la obra de Kac es una metáfora poderosa del poder y la violencia que ejerce la especie humana sobre las otras formas de vida. Pero es que además, en la muestra las placas donde están cultivadas las bacterias transgénicas están en cámaras de luz ultravioleta. Los visitantes pueden prender esta luz, que genera mutaciones aleatorias en el ADN de la bacterias, con lo que ese versículo sobre el dominio del hombre sobre toda la Tierra muta, cambia, pierde sentido, desaparece. El autor decía que “cambiar la sentencia es un gesto simbólico: significa que no la aceptamos de la forma en que la heredamos”.
Tengo un pensamiento recurrente sobre los libros. No me pasa con ninguna otra forma de arte. Ni con una peli ni con una serie ni una obra de teatro ni una pintura. Ni siquiera con un libro electrónico. Este pensamiento me funciona solo con libros en papel y no sé si voy a poder transmitirlo con fidelidad. Suelo sentir que entre las dos tapas de un libro hay una historia que ya pasó y a la vez no pasó aún. Ya pasó porque está escrita, pero aún no pasó porque yo no la leí. Es más, es una historia que sucedió una vez por cada persona que la leyó, que recorrió de tapa a tapa el libro, pero al mismo tiempo, no existe para quien no la conoce. ¿Tiene sentido? Posiblemente no.
La cuestión es esta: si no queda nadie sobre la faz de la Tierra que pueda leer un libro, un poema, una obra, ¿existe realmente esa obra? El canadiense Christian Bök, evidentemente, está convencido de que sí. De hecho, planea ser el poeta eterno. Por eso, codificó varios poemas para ser expresados en los genes de la bacteria Deinococcus radiodurans. Deinococcus es una bacteria extremófila, o sea que se banca condiciones extremas como altísimas temperaturas, dosis de radiación que matarían a cualquier otro ser vivo, y por lo tanto un fuerte candidato a la vida eterna (o lo que más se le pueda parecer). Se cree que cuando no haya más humanidad, ni otros animales, ni casi ninguna otra forma de vida, ni nadie que pudiese leer e interpretar un libro, Deinococcus estará ahí. Y si Bök lo logra, es posible que dentro del genoma de Deinococcus estén sus poemas, guardados durante muchísimo más tiempo que los de cualquier otro autor.
Ni idea si los poemas son buenos. Es posible que sí. Lo que nos queda clarísimo es el tamaño del ego de Christian, ¿no?
Más allá de que no entiendo por qué alguien querría que sus poemas existan aunque nadie los pueda leer (que para mí equivale a que no existan), la propuesta de Bök es interesante, porque cada poema son en realidad dos. El primero está cifrado en las bases nitrogenadas que componen el ADN bacteriano. [Pequeño repaso de biología del secundario: ese ADN se transcribe a ARN, y el ARN mensajero se utiliza para sintetizar proteínas. Las proteínas son una secuencia de otro tipo de macromoléculas, los aminoácidos, que son un conjunto de alrededor de 20 moléculas parecidas pero distintas, codificadas cada una por una letra.] La secuencia de aminoácidos que se genera al traducir el ARN mensajero a proteínas codifica, en las Deinococcus de Bök, un nuevo poema. El primero, escrito por el humano. El segundo, escrito por la bacteria.
Por ahora la última noticia que tenemos sobre este proyecto, llamado Xenotexto, es de 2015, y no es buena. Bök y sus colaboradores de la Universidad de Calgary llevaban trabajando 14 años y gastados 150.000 dólares de subsidios, y aunque habían podido escribir el poema usando Escherichia coli, Deinococcus radiodurans es, en palabras del poeta, “menos colaborativa”, y la proteína que debería producir se forma mal o se degrada demasiado rápido. Me reservo la opinión, pero ustedes ya deben saber lo que pienso.
Lo que más me gusta de la historia es la discusión entre artistas a lo largo de los años. La réplica más reciente se puede escuchar en el disco Motomami, de Rosalía, que expresa claramente su profundo desacuerdo con Kac y Bök al decir que “aquí el mejor artista es Dios”.