Notas | ¿Científicos o empresarios?

¿Científicos o empresarios?

Para quienes hacemos este programa (y creo que también para la mayoría de quienes nos escuchan), está claro que la ciencia y la tecnología son uno de los motores de desarrollo de los países. La guita puesta en el sector científico es inversión, y como toda inversión, uno espera que de ganancias, aunque siempre hay un riesgo de perder. El punto es qué se puede hacer para aumentar las chances de ganar.

En economía está la famosa teoría del derrame, que, básicamente, propone reducir los impuestos a las empresas y a las clases altas para estimular la inversión a corto plazo y beneficiar a toda la sociedad a largo plazo, obviamente. Creo que ya sabemos que no funciona, tanto que hasta el presidente de EEUU dijo que había que enterrar esa teoría.
En ciencia existe algo que no es una teoría, pero que parece ser una idea instalada: “apoyá a la ciencia porque eso nos va a desarrollar”, “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”. Para mí suena a una especie de teoría del derrame del conocimiento. En palabras de Rolando Garcia “No se trata simplemente de aumentar la inversión en ciencia al 1% del PBI. Esa es una condición necesaria, pero no suficiente. Si no seguimos formando máquinas científicas, cerebros científicos, pero no vamos a formar un país distinto. Y lo que hay que hacer es un país distinto.” 

Entonces, ¿cómo se traslada el conocimiento al desarrollo del país? Una forma es a través de la creación de empresas, que tengan productos o servicios diferenciales, de alto valor, que nos permitan no solo exportar (y traer dólares!!) sino también generar puestos de trabajo de alta calificación y, en el mejor de los casos, instalar una cadena con proveedores locales, que a su vez también crean trabajo de calidad. 

Este camino empresarial arranca con una idea (más o menos probada) que tiene que ir armandose y desarrollándose hasta llegar al mercado. Ahí está lo que se llaman startups: empresas establecidas por un emprendedor/a que inician un camino de desarrollo en el que van a necesitar fondos, porque hay que desarrollar el producto o servicio antes de poder venderlo a sus usuarios. Las Empresas de Base Tecnológica (EBT) son aquellas que tienen como fin explotar nuevos productos y/o servicios a partir de resultados de investigación científica y tecnológica.

Pero las startups tienen mucho riesgo: el 90% fracasa, e incluso entre el 10 y el 20% cierran en el primer año de existencia.

Ahí entran las distintas formas de financiar a las empresas para pasar el “valle de la muerte”: el tiempo que transcurre desde que una startup o proyecto inicia hasta que logra alcanzar su punto de equilibrio, dicho en otras palabras, hasta que logra pagar todos sus gastos y costos de operación.

Y no es difícil adivinar de donde vienen (o venían) los fondos para que quienes trabajan en ciencia y tienen un proyecto con potencialidades comerciales pueden cubrir las etapas de mayor riesgo. Sí, el Estado.

Crear una EBT no es tarea fácil, pero es la forma de transferir tecnología y saltar desde los resultados de una investigación a la sociedad. Y ahí hay (o había…) incentivos desde el estado para tomar el riesgo: subsidios de creación y de apoyo temprano de EBT. A través de una agencia de gobierno (la Agencia IDI) se acompaña a grupos de investigación a que preparen planes de negocio, que exploren el mercado particular en donde pretenden instalarse, que aprendan a evaluar riesgos y posibles competidores, entre otras cosas. Con ése aprendizaje es más sencillo buscar otros fondos de financiamiento privados, como los que ofrecen las aceleradoras de negocios. 

Y acá me surgen dos cuestiones: la primera sobre la propiedad intelectual del descubrimiento (por llamarlo de alguna manera) y la segunda sobre los cantos de sirena del financiamiento privado.

Vamos con la propiedad intelectual. ¿Quién es el “dueño” del desarrollo que se piensa comercializar? ¿Quien puede recibir los posibles beneficios económicos de la innovación? Como es lógico, la institución que financió los salarios, el mantenimiento de los institutos, los equipos con los que se llegó al descubrimiento, son los titulares de las patentes: el CONICET, las universidades, el INTA, etc. Si vamos al caso del CONICET, las patentes de invención son de la institución, pero el grupo de investigación tienen el derecho de percibir frutos económicos derivados de la misma. El CONICET cuenta con alrededor de 50 EBTs, en distinto nivel de madurez y mayormente en áreas relacionadas con la biotecnología y la salud humana. Y en el futuro más cercano o lejano, el CONICET tendrá beneficios por la comercialización del producto o servicio, o por la venta o licenciamiento de la patente. 

¿Pero qué pasa con el financiamiento privado? ¿Qué tienen de malo los privados? Lo primero que tengo para decir es que no tienen nada de malo. No seamos tampoco templarios del financiamiento público como única salida a todo. Los privados son fondos que asumen los altos riesgos de financiar empresas con altas chances de fracasar, pero que obviamente apuestan a las bajas posibilidades de éxito para salvar esa inversión. Al invertir adquieren un porcentaje de la empresa, que según el fondo y el monto de inversión varía, pero puede llegar a porcentajes mayoritarios de la empresa. Y ahí las decisiones ya no las toma el grupo de investigación que llevó adelante el desarrollo ni la institución titular de la patente. Las EBTs que tengan éxito, según el rubro y el producto o servicio, podrán ser eventualmente adquiridas por compañías más grandes, con capacidades comerciales mayores. El pez grande se come al pez chico. Ojo! No creo que esto sea malo, eventualmente esas adquisiciones también dejarán beneficios económicos para las instituciones y el grupo de investigación. Claro que la producción del bien, ya pasa a ser decisión de las grandes empresas, y quizás los empleos de calidad y las cadenas de valor se instalen a muchos kilómetros de nuestro país. 

El otro problema que quisiera presentar con el canto de sirena de los fondos de inversión privados es el pensamiento de que ésa es la forma de financiar la ciencia. Y creo que este es un riesgo muy real y actual, lamentablemente. Que los grupos de investigación salgamos a buscar inversores privados (que los hay) para nuestros proyectos. Y que el estado se corra de ése lugar de financiamiento. Parece una ridiculez tener que decir esto, pero esa visión es imposible de llevar adelante por muchas razones, entre ellas que no todas las investigaciones presentan interés comercial. Y no podemos regir nuestra búsqueda de conocimiento (que es lo que hacemos quienes trabajamos en ciencia) por un norte comercial: es mucho más lo que la humanidad necesita saber que lo que necesita comprar y vender.

El nuevo presidente del CONICET, el Dr. Daniel Salamone, a trabajado en empresas de biotecnología (clonando las famosas vacas transgénicas junto al ex-ministro, ex-secretario Lino Barañao) y participa de una EBT del CONICET (New Organs Biotech). Conoce el sector, esperemos que no crea que es universalizable a todas las disciplinas científicas que se desarrollan en la institución.

Para cerrar quisiera decir que creo muy necesario fomentar la creación de EBTs, pero no como reemplazo del estado invirtiendo en CyT. En parte, porque existen otras formas de desarrollo que no incluyan mercados, comercio y plata. Desarrollos para la sociedad sin valor de mercado, como nuevos medicamentos para enfermedades desatendidas de nuestro país, que pueden ser producidos en la red de laboratorios públicos que este gobierno también pretende destruir.

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